Obsolescencia programada
¿Qué dejaremos como herencia a las
generaciones futuras?
Por: Walter Blandón Villa
Lic. en Humandades Lengua Castellana - UDEA
Lic. en Humandades Lengua Castellana - UDEA
Muchos son los
movimientos que buscan sensibilizar a las sociedades sobre la necesidad de
detener el deterioro actual del medio ambiente, causado indiscutiblemente por
la acción humana y su pujante civilización. Es mucho lo que no calculamos en
medio de nuestro afán por “ser parte de” y por “estar vigente en” dicha
civilización. Pero entre esas cosas que no calculamos me pregunto especialmente
por la herencia que dejaremos a quienes nos sucederán como habitantes de un
planeta que se consume vertiginosamente.
La historia y las
historias dan cuenta de que hasta hace poco, tal vez menos de un siglo, los
objetos y bienes que los padres y abuelos tenían como posesiones eran
cuidadosamente tratados porque representaban el doble valor de lo simbólico y lo
material.
Si bien lo
simbólico está relacionado con los sentidos y los afectos, lo material está
representado por las condiciones inherentes a su producción: material, diseño,
utilidad y, definitivamente, la calidad. Este último ítem permitiría que una
prenda heredada pudiera ser útil a varias o muchas generaciones. Por ejemplo, antes,
los relojes de bolsillo eran heredados de padres a hijos, a nietos, a
bisnietos, etc. Estos objetos, además del aspecto sentimental, cobraban valor
por su antigüedad. Ahora bien, ¿Cuál es la
probabilidad de que un objeto como estos, fabricado y comprado en nuestros
tiempos llegue siquiera a ser heredado por nuestros hijos? Realmente poca o
ninguna. Ni siquiera alcanzamos a disfrutarlo nosotros mismos por uno o dos
años ―en el mejor de los casos― cuando ya ha caducado, no sólo porque la moda
lo dicta, sino porque su funcionamiento también ha llegado a su fin, producto
de lo que conocemos ahora como obsolescencia
programada.
Es así como los
valores materiales comparten con los valores simbólicos la calidad de lo “no
heredable”: no queda objeto, no queda símbolo. Pero este no es el único
problema. Se le agrega que la obsolescencia de los bienes materiales ha
provocado la acumulación de desperdicios no biodegradables que ahora acaban con
el medio ambiente. Entonces, el planeta mismo entra en la calidad de “no
heredable” y detrás de este panorama, se vulnera la condición misma del ser
humano que, antes que “civilizado” es precisamente eso, humano, y lo que
necesita es un planeta en el que pueda habitar y suplir sus necesidades.
¿Y los deseos?
Dirán ustedes que son también importantes de satisfacer. Sí, lo son. Y una de
las características que distingue al ser humano de otras especies, es
precisamente su capacidad para desear y, en consonancia con ello, crear y
modificar. Pero cuando aparece la intención malsana de un buen número de
humanos por dominar al otro desde la manipulación de su deseo y, la respuesta débil,
inconsciente y atroz del resto por acatar a los primeros, caemos todos en el consumismo,
monstruosamente necio e irresponsable que todo lo justifica.
El deseo supera
hoy a la necesidad, tenemos nuestras neuronas y sentidos trabajando para él. Es
indispensable pensar que, si no reflexionamos, si no tomamos acciones de auto-control,
entonces la herencia que dejaremos no será ni siquiera el deseo porque también
lo habremos agotado, y la necesidad, tan natural como es, volverá a ser prioritaria,
pero tampoco habrá con qué satisfacerla.